Más allá del Mar II

Continuamos, con la segunda parte del relato, sobre los Jefes de Máquinas. Esperamos, que sea de su agrado.

«No quisiera que se me malinterpretara. Me gusta mi trabajo. Hago aquello para lo que estudié, y para lo que me he formado posteriormente. Y ya he alcanzado el culmen de mi carrera: Soy el Jefe de Máquinas de un buque. Responsable del mantenimiento y reparaciones de emergencia a bordo. Siempre escuchado, y en la mayoría de las ocasiones acatado por todos a bordo, incluyendo el Capitán. Llevo 4 años en este buque, y prácticamente con la misma tripulación. Puedo hablar de Lucía, María o Alejandro, sin tener que aclarar quiénes son. Incluso mantengo la relación con varios de ellos durante las vacaciones. Pero eso no quita que añore la vida que llevo en tierra, aunque sepa que ese disfrute es el fruto de mi sacrificio a bordo.

He desayunado con Juan, el primer oficial de cubierta, que sale de guardia a las 8, y Pedro, el alumno que tiene asignado. Ambos son canarios, aunque sólo el alumno puede disfrutar de ese hecho, y visitar su casa mientras el buque está atracado. Después del desayuno, un café americano y algo de zumo de naranja, he bajado a la máquina. Son las ocho y media, y mis chicos están acabando con las revisiones rutinarias: niveles de combustible y aceites, búsqueda de fugas y fallos, etc…

 

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El Jefe de máquinas Diego, con su equipo

 

 

Tras la puerta estanca se encuentra la sala del motor principal, dónde un Mak de 12 cilindros, ronronea suavemente, impulsando nuestro buque a 14 nudos, y generando 600 kW de electricidad para el barco y la carga (containers y trailers refrigerados). Dani, el engrasador, limpia cualquier resto de aceite o grasa, y José Manuel, el calderetero, gijones, limpia los filtros de F.O. para dejarlos listos para cambiarlos en Sevilla. A popa del motor, un piso sobre el eje de la hélice, tres compresores nos proporcionan el aire comprimido para el taller y todo el sistema remoto de accionamiento de válvulas, y un poco más adelante, a estribor, un destilador aprovecha el calor del agua de refrigeración, para evaporar agua de mar y fabricar 10.000 l de agua dulce cada 24 horas que el motor esté funcionando.

               

Todo parece ir bien, y para las 10, estoy en el Puente, con el Capitán, que hace la guardia de 8 a 12. Miro en el GPS que llegaremos al río a las 2 y media de la madrugada… otra noche en vela. Pasamos la siguiente hora planificando las maniobras y comentando las incidencias. Le aviso que en Sevilla, vamos a tocar el motor principal, y que estará fuera de servicio media hora. Él asiente y sigue a lo suyo. Fernando es un veterano, y ya ha aprendido a no meterse en temas de la grasa, como suelen referirse los de cubierta a todo lo que ocurra en el submundo de las máquinas.

 

A las 11 y media, me despido de él, y bajo a afeitarme y lavarme para la comida, y a las 12, bajo a reunirme con los demás para comer. En el barco hay dos comedores, o cámaras, una para oficiales, con un camarero que nos trae la comida de la cocina, y otra para subalternos. En las comidas falta el segundo de cubierta, que se encuentra de guardia de 12 a 4, y en las cenas, falta el primero de cubierta, que hace la guardia de 4 a 8. En este barco la comida es bastante mediocre, en lo que a materia prima se refiere, y el cocinero Marroquí, no ayuda a mejorar la situación: lentejas veganas y panga rebozada con ensalada… en fin…

 

A la 1, todo el mundo se levanta, ya sea para la jornada de tarde, como es el caso de los de máquinas, o a la siesta, caso de los de cubierta. Yo opto por no dormir siesta. Habiendo maniobra a las 2 y media de la noche, con sus 6 horas de navegación por el Guadalquivir, prefiero mantenerme con sueño, para dormir algo antes de bajar a la máquina, así que elijo una película de mi disco duro, y paso la tarde de cineclub. Siempre traigo películas, aunque lo que más veo son documentales y series. Disfruto mucho con Bones, House y the big bang theory .

A las 6, toca la cena. Casi nunca tengo hambre, pero las comidas son un acto social, así que no me salto ninguna. Espaguetti con atún y chuleta de cerdo… a veces me sorprende que me den bien las analíticas en los reconocimientos médicos…

La sobremesa se alarga hasta que a las 8, el Capitán sube a la guardia, y los demás nos dispersamos. Hoy tocó charla sobre motos y mujeres. También hablamos de coches y mujeres, trabajo y mujeres, el trabajo que dan las mujeres, y sobre todo, de mujeres, de las propias, las ajenas y las ajenas que fueron propias.

Yo subo a acostarme un rato en el sofá de mi salón, con música en el ordenador.

Una hora antes de llegar al río, el móvil zumba con la repentina entrada de whatapps y notificaciones del Facebook. No conozco mejor sonido para despertarme. Tengo 50 mensajes de mi mujer, 4 o 5 de mis compañeros de marina (tenemos un grupo de whatapp) y uno de mi ex, informándome que el niño va a empezar ajedrez. Mi mujer me va escribiendo whatsapp a lo largo de cada día que estamos sin cobertura, compartiendo cada momento del día, de la misma manera que lo hacemos cuando estoy allí. Acompaña los mensajes de abundantes fotos: La ropa que lleva puesta, un selfie improvisado en su kiosko, el perro echando una siesta, su comida, unos zapatos que le gustan… Yo hago lo mismo. Cada día, antes de acostarme, le escribo un resumen de mi día. Esas pequeñas cosas hacen pasar mejor el día.

Me suele llevar un cuarto de hora escuchar y leer todos los mensajes, así que apenas tengo tiempo de contestar, y ya me llaman desde el puente para el comienzo de la maniobra, media hora antes de que ésta comience.

Así que, bajo a la máquina con mi portátil, arranco los auxiliares y conecto las hélices de maniobra. Compruebo que todo está listo, anoto en el diario de navegación los detalles, y me preparo para pasar 6 horas abajo, yo solo, hasta las 8 que bajarán los chicos, o antes si llegamos a la exclusa, que bajaría el oficial de máquinas que esté de retén ese día.

Cuando por fin dan el aviso de que se ha acabado la maniobra, y ya estamos atracados en Sevilla, paramos el motor, y dejo a mis oficiales ocuparse de la rutina, mientras yo me arrastro hasta la cama. Por la tarde podré pasear por Sevilla, sabiendo que tacharé un día más en el calendario».

 

Para finalizar, nuestro protagonista nos pide que ambientemos su relato, con la canción del reconocido cantante brasileño Roberto Carlos «Camionero»

«Camionero»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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